sábado, 29 de junio de 2013

Viaje a Milán: día 2

Martes, 6 de noviembre de 2012

8:00
Antes de que sonara la primera alarma de mi móvil ya estaba despierto, pero no me levanté hasta que dieron las ocho en punto, y es que en la cama se estaba muy a gusto. Al contrario de lo que me imaginaba por la ciudad en la que nos encontrábamos, no pasé nada de frío en toda la noche; es más, me tapé solamente con la sábana dejando la colcha a los pies. Sin hacer mucho ruido para no despertar aún a mi hermana y a mi primo, me puse en pie, cogí una muda y me dirigí al cuarto de baño para ducharme. El agua salió caliente casi de inmediato, y, si a gusto estaba en la cama, no menos lo estaba en la ducha, que me sentó de maravilla y que me despertó del todo. Me vestí de calle directamente para de esta forma poder hacer la maleta y dejarla prácticamente lista a falta de pequeños detalles. Mi primo Alberto fue el siguiente en ducharse, seguido de mi hermana; como ella iba a tardar más, él y yo salimos a eso de las nueve en busca de Nacho y Marta para bajar al comedor a desayunar.
Las mesas eran para dos personas, así que juntamos un par de ellas y cogimos una silla más para los cinco. La variedad del desayuno era la justa: minipanecillos, bollería, embutidos, huevos y poco más para comer, mientras que para beber había una máquina de café y cacao, así como jarras de leche, zumo y agua, que yo recuerde. En mi caso, cogí un par de panecillos para untarlos con mantequilla, un croissant para hacer lo propio con sucedáneo de Nutella, una napolitana rellena de chocolate y un vaso de leche con cacao de la máquina. La calidad no es que fuera gran cosa, pero para salir del paso no estaba mal. Entre tanto, llegó mi hermana, y yo, que quería desayunar contundentemente para no tener mucha hambre luego, cogí otro panecillo y otra napolitana. Cuando ya casi estábamos terminando de desayunar, llegó una nueva bandeja de bollería bien calentita, así que aproveché y me acerqué por un par de croissants que obviamente no dudé en untar con crema de cacao para mi disfrute. Estaba bastante lleno ya, así que me serví un par de vasos de agua para digerir mejor el desayuno y seguidamente subí a la habitación con mis compañeros de viaje.
Ya en ella, mi hermana recibió la llamada de su amigo Jaime, quien acababa de llegar a la Stazione Centrale, por lo que ella le dijo que se quedase allí que se iba a acercar a recogerle y así no perderse a la hora de encontrar el hotel. Mientras mi hermana fue en busca de su amigo, mi primo y yo nos quedamos en nuestra habitación terminando de hacer las maletas; en mi caso, también aproveché para limpiar los objetivos de mi cámara, así como para ponerme la camiseta del Málaga con los nombres de los socios, mientras que mi primo estuvo yendo y viniendo de la habitación de su hermano para traer ropa, guardarla, volver a cambiarse, etc. Casi a las diez y media, llegaron mi hermana y Jaime, a quien no nos tuvimos que presentar porque ya nos conocíamos de antes. Él estaba pasando un año de Erasmus en Polonia y nos contó un poco su experiencia allí: que si todo es bastante barato, que si tienen un bar al que siempre van a ver los partidos del Málaga, etc.
Pues nada, María terminó de finiquitar su maleta y, tras comprobar que no nos dejábamos nada importante, como por ejemplo las entradas del partido o los billetes de avión, bajamos a la recepción para pagar las dos habitaciones. El recepcionista que nos atendió no era el mismo que el del día anterior, era un poco más seco y parco en palabras, y qué sorpresa nos llevamos cuando nos dijo que teníamos que abonar tres euros más por cabeza. No sabíamos cuál era el motivo, así que le preguntamos, a lo que nos respondió que era el 'contributo di soggiorno'; en resumen, una tasa que por lo visto te incluyen sin previo aviso en los hoteles italianos, así que nada, a sacar la cartera. Antes de despedirnos, le preguntamos si era posible dejar nuestro equipaje en el hotel todo el día con la excusa del partido de fútbol, para lo cual no hubo ningún impedimento, aunque lo que nos extrañó un poco fue que las maletas había que dejarlas en un recoveco junto a las escaleras que suben a las habitaciones, por lo que cualquiera podría cogerlas como suyas sin que nadie lo viera, pero no nos quedaba otra que fiarnos, como así hicimos.

11:00
Salimos a la calle y giramos a la izquierda por Via Tonale y luego a la derecha por Via G. B. Sammartini hasta llegar a la Piazza Duca D'Aosta, desde donde pudimos contemplar la imponente fachada de la Stazione Centrale, de más de 200 metros de ancho; justo enfrente teníamos también el rascacielos más famoso de Milán, la Torre Pirelli, o Pirellone, como comúnmente lo conocen los milaneses, con sus 127 metros de altura, que tampoco están nada mal. Luego de hacer algunas fotos a ambas construcciones, entramos en la estación y bajamos para coger el metro, concretamente la línea amarilla, puesto que nos llevaría sin necesidad de hacer ningún trasbordo hasta nuestro próximo destino: la Piazza del Duomo.
De nuevo frente a ella, la catedral de Milán, ésa que nunca te cansas de admirar, el día anterior de noche y ahora de día. Saqué la cámara y, tras probar varias combinaciones para ver con cuál de ellas salían mejor los colores, hice unas cuantas fotos: a María con Jaime, a mis dos primos, a mi hermana con una foto de mi padre... Luego fui yo el fotografiado, tanto solo como con la foto de mi padre, que también viajaba con nosotros. En la plaza ya había bastantes grupos de malaguistas ataviados con sus camisetas y cantando y animando con sus bufandas y banderas, y entre todos ellos vimos también a corresponsales de TVE1 Andalucía grabando algunas imágenes, así como un fotógrafo del diario SUR que se nos acercó para preguntarnos si nos podía hacer algunas fotos, y obviamente le dijimos que sí. De quienes sí nos tuvimos que deshacer fue de varios jóvenes de origen africano que se te acercaban para ponerte una pulsera o para ofrecerte maíz para las palomas que invadían la Piazza del Duomo con la excusa de que era gratis, pero realmente después siempre te acosan para que les des algo. Yo ya estaba precavido y había escuchado que si les decías "¡Via, via!" te dejaban tranquilo, y más si lo hacías con gesto serio, y parece que surtió efecto.
Tras hacer unas cuantas fotos al arco de entrada de la Galleria, a la estatua ecuestre de Vittorio Emanuele II que está en la plaza y a algunas de las esculturas de la fachada de la catedral, entramos en ella, no sin antes pararme a admirar la puerta principal, con escenas de las vidas de Jesús y María. El interior del Duomo estaba tal cual yo lo recordaba, con sus altísimas columnas, sus cinco naves, los cuadros y pinturas que cuelgan entre la central y las laterales, sus enormes y coloridas vidrieras y rosetones, etc. Visitamos las diferentes capillas de la nave lateral izquierda hasta llegar a la altura del altar mayor, encima del cual cuelga un crucificado del techo. Cruzamos a la nave lateral derecha, justamente donde se encuentran varios altares y tumbas de algunos obispos de Milán; desde allí también podíamos contemplar los dos enormes órganos del Duomo, así como la estatua de San Bartolomé de Marco da Agrate, la obra de arte más importante de la catedral y que llama bastante la atención de los visitantes porque representa al santo sin su piel. Poco más podíamos hacer allí que bajar a ver el Tesoro del Duomo, pero lo descartamos porque recordaba que no era gran cosa, así que aprovechamos que a pocos metros teníamos una de las puertas de la catedral para salir del nuevo a la calle.
Nuestro siguiente destino era el Castello Sforzesco, para lo cual cruzamos toda la Piazza del Duomo y seguimos por la Via dei Mercanti, una calle peatonal y comercial donde destaca principalmente el Palazzo della Ragione. Luego llegamos a la Piazza Cordusio, una plaza enmarañada de carriles tanto para automóviles como para tranvías y en cuyo centro se erige un monumento a Giuseppe Parini, un poeta italiano del siglo XVIII. Paseando por allí, nos paramos frente a un hombre que estaba sentado apoyado en una marquesina haciendo figuras muy curradas a partir de frutas y hortalizas con la única ayuda de un cuchillo. En esto, se nos acercó un italiano de unos sesenta años que, supongo que al vernos con las camisetas del Málaga, nos preguntó si éramos malagueños. Cuando le dijimos que sí, nos contó medio en español medio en italiano que él ha vivido allí bastante tiempo por cuestiones de trabajo y que le encanta Málaga y toda la Costa del Sol, sobre todo la costa oeste, que es la que más conoce. La verdad es que el hombre estuvo muy simpático con nosotros, y de hecho estuvimos como cinco o seis minutos charlando con él.
Nos despedimos de él y continuamos nuestro camino por otra importante calle peatonal de Milán, la Via Dante, desde la cual ya se atisbaba al fondo el Castello, pero por desgracia la torre principal, la Torre del Filarete, estaba siendo restaurada, por lo que para ocultar los andamios y disimular un poco estaba recubierta por una lona con una imagen de la misma. Al final de la calle, cruzamos por Largo Benedetto Cairoli, una gran rotonda en la que se encuentra un monumento ecuestre dedicado a Giuseppe Garibaldi, el principal artífice de la unificación de Italia en el siglo XIX. Avanzamos por la Via Luca Beltrami para finalmente llegar a la Piazza Castello, donde le hice una foto a mis acompañantes junto a la fuente que hay en ella. A continuación, entramos en el Castello Sforzesco, llamado así porque fue construido bajo el gobierno de Francesco Sforza, que precisamente fue duque de Milán. Actualmente, el castillo se utiliza principalmente para albergar una pinacoteca y varios museos (el de Arte Antiguo, el Arqueológico, el de la Prehistoria, el de los Instrumentos Musicales, etc.), pero nosotros no íbamos a entrar en ellos, sino que simplemente paseamos un rato por allí viendo algunas partes de la construcción, como la Torre de Bona di Savoia, así como los restos antiguos y esculturas que se exponían en el patio principal.
En apenas cinco minutos cruzamos todo el castillo, llegando de esta forma al Parco Sempione, un enorme parque repleto de frondosos árboles y que cuenta en su parte central con un lago. Lo ideal hubiera sido pasear un buen rato por allí para relajarnos, disfrutar de la flora y la fauna del lugar, y acercarnos hasta el Arco della Pace, que está al final del parque, pero ya se acercaba la hora de comer, por lo que nos conformamos con asomarnos al pequeño mirador que hay al comienzo de éste y hacernos algunas fotos. Justo cuando nos íbamos, nos paró una pareja de españoles que me pidió que les hiciera una foto con una panorámica del Parco Sempione; tras ello, cuando ya pasaban unos minutos de la una, dimos media vuelta para salir del castillo y deshacer el camino que habíamos tomado para llegar hasta allí. En la Via Luca Beltrami, nos paramos un momento porque mis primos se encontraron con unos amigos que, al igual que nosotros, también habían venido a Milán a ver al Málaga. Más adelante, en la Piazza Cordusio, iba yo liderando al grupo con la idea de continuar por una calle que desembocaba en una de las entradas laterales de la Galleria Vittorio Emanuele II y de repente me di cuenta de que había perdido de vista a Nacho y Marta, por lo que cogí el móvil para llamarles, pero no contestaban. Por suerte, les encontramos un par de minutos después en la Via dei Mercanti, así que continuamos por dicha calle hasta regresar a la Piazza del Duomo.

13:30
Una vez allí, y tras hacerle un par de fotos a Jaime en la entrada principal de la Galleria, nos adentramos en ella para enseñársela, y luego nos desviamos a la derecha para llegar a la Via Santa Radegonda, donde se encuentra Luini, una especie de panadería y pastelería que mi hermana ya conocía y que sería el sitio donde almorzaríamos. Tal y como nos esperábamos, había una cola inmensa controlada en la puerta por un enorme joven de raza negra totalmente enchaquetado que no te dejaba pasar ni para mirar, así que lo primero que hicimos fue coger sitio y esperar. Cuando ya conseguimos entrar, echamos un vistazo rápido para ver lo que había, básicamente panzerotti, una especie de bocadillo cerrado y relleno de varios ingredientes que se puede pedir frito o al horno. Como no había mucho tiempo para decidirse, no me compliqué la vida y me pedí un panzerotti frito de jamón y queso y un botellín de agua por 3'50 euros, mientras que los demás pidieron una combinación muy parecida a la mía.
Desde que llegamos al sitio en cuestión hasta que le dimos el primer bocado al panzerotti que por cierto estaba bastante bueno, pasaron más de veinte minutos, así que fijáos la cola que había. A pesar de no ser excesivamente grande, yo solamente me comí uno, ya que había desayunado mucho en el hotel y no tenía demasiada hambre, aunque algunos de mis acompañantes no dudaron en repetir. Los panzerottis los comimos de pie apoyados en los escaparates de la heladería que estaba enfrente, Cioccolati Italiani, al que entramos justo después porque algunos, atraídos por lo que se veía a través de ellos, querían tomarse un helado como postre.
De allí nos fuimos andando a la Piazza del Duomo para dar un paseo tranquilo por el centro de la ciudad. Tiramos por Corso Vittorio Emanuele II y luego giramos a la izquierda a la Piazza del Liberty para entrar en la tienda oficial de Ferrari, cuyo principal reclamo es un coche de Fórmula 1 que tiene expuesto nada más a entrar a mano izquierda, concretamente uno de los que condujo Michael Schumacher cuando era piloto de esta escudería. Saqué la cámara para hacerle unas cuantas fotos, pero en cuanto hice dos o tres me llamaron la atención porque por lo visto estaba prohibido, así que, como el coche se podía ver a través del escaparate, las hice desde fuera. Volvimos a Corso Vittorio Emanuele II y, tras pasar por delante de la Basilica di San Carlos al Corso, llegamos a la Piazza San Babila, donde vi el famoso autobús 61, ése que cogí un montón de veces cuando vine a Milán a visitar a Leti y David. Luego cruzamos a Corso Europa para entrar en una pequeña tienda de Adidas porque mis primos querían echar un vistazo para comprarse algo, pero la ropa que allí había era muy estrafalaria, así que no duramos allí ni un minuto.
Propuse continuar por el cuadrilátero, una zona del centro de Milán donde se concentra la mayor parte de las tiendas más caras de la ciudad y que toma ese nombre porque todas ellas se encuentran en una zona delimitada por cuatro calles que forman un rectángulo. A pesar de que a mis compañeros de viaje no les hizo mucha gracia la idea porque ya estaban hartos de andar, al final me salí con la mía, así que volvimos a la Piazza San Babila y seguimos por la Via Montenapoleone. Nada más entrar en esta calle empezaron a cambiar de opinión al ver las tiendas que allí había. Para empezar, Bulgari, y luego Louis Vuitton. A todos nos daba cosa entrar, sobre todo por como íbamos vestidos, y nos conformábamos con mirar los escaparates, pero mi primo Alberto dijo "Pues yo entro". Todos nos reímos y le decíamos que no era capaz; sin embargo, él siguió en sus trece, se acercó a la puerta y le abrieron como a un señor. Al cabo de un par de minutos salió y nos contó la categoría y el lujo del interior de la tienda, pero que casi ni se atrevía a tocar la ropa por si acaso.
La sucesión de tiendas era interminable: Ralph Lauren, Prada, Gucci (con 'económicos' bolsos a 1.950 y 3.900 euros), Damiani (una joyería en cuyo escaparate vimos unos pendientes a tan solo 55.000 euros), Versace, Dior, Cartier... Giramos a la derecha por la Via Gesù, una calle decorada con macetones y cuyos establecimientos no eran tan conocidos como los de la calle anterior, aunque el que se divisaba al final del todo en la confluencia con la Via della Spiga sí que lo era: Dolce & Gabbana. De nuevo, asomarse a los escaparates daba miedo (zapatos a 545 euros, un vestido por 3.450 euros, etc.), pero mi primo también quiso entrar. Dicho y hecho. Mi idea gustó más de lo esperado, aunque me volvieron a insistir en que estaban cansados y que querían coger el metro para volver al Duomo a pesar de que les hacía ver que estábamos a menos de quince minutos andando. Deshicimos la Via Gesù entera hasta llegar a la Via Montenapoleone, de la cual recorrimos su otro tramo; al final, nos topamos con una boca de metro, por la que bajamos para coger la línea amarilla, que tras una sola parada nos dejó en la Piazza del Duomo sobre las tres y media.
La plaza ya estaba repleta de cientos de aficionados malaguistas que se habían citado allí para una quedada previa al histórico partido que iba a jugar el Málaga C. F. frente al AC Milan. Uno de los muchos grupos que se habían formado allí extendieron sus banderas en el suelo para dejar claro quiénes éramos y qué colores defendíamos: la rojigualda de España, la blanquiazul del Málaga, la verde y morada de la ciudad, etc. La espera hasta la hora del partido se me iba a hacer muy larga, así que cogí mi cámara para hacerle fotos tanto al Duomo como a la Galleria Vittorio Emanuele II aprovechando la buena luz que tenía en ese momento. Por cierto, que con tanto malagueño allí reunido era raro no encontrarse con algún conocido: mis primos volvieron a cruzarse con varios amigos suyos, lo mismo que mi hermana y Jaime con compañeros de la facultad, ya que ambos estudian la misma carrera, mientras que yo conseguí identificar a varias personas, como por ejemplo a dos o tres aficionados que se sientan delante de mí en La Rosaleda.
Los malaguistas allí presentes no dejaban de animar, pero hubo un momento en el que se formó una especie de corro que se puso a entonar varias de las canciones más típicas del Málaga, entre ellas cómo no su himno. Era espectacular lo que estábamos viviendo allí: la Piazza del Duomo tomada por malaguistas agitando sus bufandas y presumiendo de colores ante la mirada atónita de los milaneses, que seguramente no se esperaban la llegada de tantos 'tifosi' del Málaga. Pasaban ya varios minutos de las cuatro de la tarde, y ésta ya empezaba a caer, lo cual se identificaba perfectamente en los dos principales monumentos de la plaza, que poco a poco iban adquiriendo un tono más anaranjado como consecuencia de los últimos rayos de sol. Como os podéis imaginar, volví a sacar la cámara para tomar más fotos.

16:30
Como decía antes, la espera se nos estaba haciendo eterna. Todavía quedaban más de cuatro horas para que comenzara el esperado partido, pero tampoco podíamos hacer mucho más que quedarnos allí y ver pasar los minutos. Mi hermana y Jaime estaban un poco sedientos, por lo que se fueron en busca de un quiosco para comprar unas cervezas; mientras tanto, fueron llegando más y más aficionados, como por ejemplo peñas tan conocidas como Malaka Hinchas y Guiri Army, que colgaron sus respectivas banderas en las vallas que rodeaban la estatua de Vittorio Emanuele II. Reunidos todos de nuevo y charlando con personas con las que nos íbamos encontrando, nos enteramos de que a las seis estaba previsto que llegase la policía italiana para escoltar y llevar en metro a todos los malaguistas reunidos en la plaza hasta el estadio. Yo entendía esa medida, pero me negaba a ir en un vagón de metro como si fuéramos sardinas en lata, así que le propuse a mis compañeros de viaje la opción de irnos justo antes y evitar el barullo y la incomodidad que supone ir vigilado por varios policías. Mi idea no les convencía del todo, y por más que discutíamos cuál era la mejor o la peor opción no nos poníamos de acuerdo.
Ya eran las cinco de la tarde, sin rastro de luz solar y con toda la plaza bañada por la sombra, por lo que tanto la catedral como la Galleria comenzaron a iluminarse lentamente. En esto, dije de acercarnos a Luini para tomar algo puesto que luego iba a estar complicado poder cenar, teniendo en cuenta que el partido terminaría sobre las diez y media de la noche y después tendríamos que volver al hotel a recoger las maletas. Mi hermana y Jaime prefirieron quedarse en la plaza, así que mis dos primos, Marta y yo entramos en la Galleria Vittorio Emanuele II hasta llegar a la Piazza della Scala, donde me detuve un par de minutos para fotografiar el Palazzo della Banca Commerciale Italiana, el monumento a Leonardo da Vinci que se erige en el centro de la plaza y, cómo no, el Teatro alla Scala, uno de los teatros de ópera más importantes del mundo. De allí, cogimos por la Via Tomasso Marino y luego por su continuación, la Via Santa Radegonda, donde se encuentra Luini, que a esas horas no presentaba la extensa cola del mediodía. Los cuatro nos pedimos un panzerotti frito de tomate y queso que, a pesar de lo simple que era, estaba bastante bueno.
Volvimos a la plaza por el camino más corto, es decir, por Via Giovanni Berchet y por la Galleria, iluminada por completo al igual que el Duomo, pues ya era prácticamente de noche. Allí estaba yo, pasando los últimos minutos del viaje que iba a estar frente a mi catedral preferida, admirándola. Quién sabe si alguna vez se me presentaría la oportunidad de volver a Milán, así que me colgué la cámara al cuello y le hice unas cuántas fotos más; por último, fue mi primo Alberto el que me inmortalizó junto a ella después de que yo hiciera lo mismo con él. Quedaban apenas diez minutos para las seis cuando comenzaron a llegar los carabinieri en sus furgones, y fue entonces cuando le dije claramente a mis compañeros que yo me iba ya antes de que nos escoltaran; finalmente, todos me hicieron caso, a excepción de Jaime, que prefirió quedarse con unos amigos, aunque luego nos volveríamos a reunir con él. Así pues, nos dirigimos los cinco a una de las bocas de metro de la plaza, y bajando por ella me giré para mirar atrás y despedirme del Duomo. Ojalá volvamos a vernos.
Para ir a San Siro, teníamos que coger la línea 1, la roja, pero debíamos estar atentos porque esta línea se desdobla en dos a partir de una parada y solamente uno de los desdobles llega hasta nuestro destino. Casualmente, el primero de los convoys que llegó al andén era el que necesitábamos, así que nos montamos en él junto con algunos aficionados tanto del Málaga como del Milan. El trayecto era largo, de casi un cuarto de hora, ya que tuvimos que pasar hasta por ocho paradas hasta que nos bajamos en la de Lotto Fiera. Nada más salir al exterior, me ubiqué de inmediato al mirar a mi alrededor y recordar el camino que seguí la vez que estuve en el estadio con David cuando vine a visitarle a él y a Leti, incluso algún malaguista que estaba un poco perdido me preguntó por dónde debía tirar, y le dije que era tan sencillo como coger por la larga y arbolada Viale Caprilli hasta toparse con San Siro, o Giuseppe Meazza, que es su nombre oficial. La luz procedente del estadio se divisaba a lo lejos, pero por más que andábamos no veíamos el estadio. Después de casi veinte minutos de caminata, y tras pasar por delante del hipódromo, ya estábamos frente a San Siro.
Mi hermana, mis primos y Marta se quedaron embobados al ver el estadio, y eso que todavía no habían entrado. Su silueta era más que reconocible, sobre todo por esas vigas rojas que le sobresalen y por esas torres cilíndricas que le hacen inconfundible. Eran poco más de las seis y media, por lo que teníamos tiempo de sobra por delante. Cómo no, lo primero que hicimos fue sacarnos unas fotos: primero se la hice yo a mis primos y a Marta mostrando sus bufandas; luego, me tocó el turno también con mis primos; y, por último, le hice una a mi hermana. Empezamos a bordear el estadio por una zona repleta de puestos de comida (pizzas, paninis, kebabs...) y tenderetes con artículos de fútbol (banderas, bufandas, camisetas, sudaderas, bocinas...), además de una especie de gran cabina donde se ubicaba una tienda oficial del Milan. Entré con mis primos porque querían la bufanda oficial del partido, pero no la tenían, así que al final cada uno se la acabaron comprando por 10 euros creo recordar a un joven de aspecto africano que se estaba paseando por allí intentando venderlas, y con dichas bufandas nos volvimos a hacer más fotos delante del estadio.
Ya iba siendo hora de entrar al estadio, por lo que nos dirigimos a la puerta 5, que es la que teníamos asignada los aficionados del Málaga. Antes de entrar, mi primo Nacho nos dio a cada uno nuestra correspondiente entrada, ya que eran nominativas, aunque después no verificaron que cada uno iba con la correcta. Por incierto, hago un pequeño inciso para comentar que la entrada me costó solamente 20 euros, nada que ver con lo que hay que pagar para ver un partido en cualquier estadio de España, y encima éste era de Champions League. Total, volviendo a lo de antes, pasamos un primer control donde comprobaron que todos teníamos entrada; luego, un segundo control donde nos cachearon por completo y donde tuvimos que enseñar el contenido de nuestros abrigos, bolsos y, en mi caso, la mochila de cámara; por último, un tercer control en el que ahora sí pasamos la entrada por el lector para poder acceder al estadio tras superar un torno infranqueable. En resumen: si alguien se quería colar en este estadio, lo tenía bastante crudo.
Tal y como nos indicaron los vigilantes de seguridad, nos dirigimos a la torre de una de las esquinas del estadio y empezamos a subir por su rampa en forma de hélice. Cada puerta que nos encontrábamos en el camino estaba cerrada, así que subíamos y subíamos y subíamos, y eso no parecía terminar nunca; por lo menos, el esfuerzo se vio compensado con el gustazo de ver la reluciente y dorada Madonnina del Duomo a lo lejos a través de la rejilla metálica que cubría la torre. Por fin, después de unos quince minutos de una subida interminable, llegamos a nuestra grada, y lo primero que dijo mi primo Alberto, madridista confeso, nada más asomarse y ver el estadio por dentro fue lo siguiente: "¡Qué pasada! Esto es mejor que el Bernabeu". No le faltaba razón. San Siro es espectacular, probablemente el estadio que más me ha gustado de los que he visitado hasta ahora. Yo ya lo conocía porque hice el tour cuando fui a verlo con David, pero fue de día, y obviamente de noche e iluminado impresiona muchísimo más.

19:10
Fuimos recibidos por un acomodador al que le enseñé mi entrada para que me llevara hasta mi asiento, pero nos dijo que nos podíamos sentar donde quisiéramos porque toda la grada estaba reservada para los aficionados del Málaga; entre eso y que además fuimos de los primeros en llegar, tuvimos la suerte de coger unos asientos justo detrás de la portería. Nuestra grada, situada en el tercer anillo de uno de los fondos, era la de los asientos de color verde, y estaba separada de las gradas inferiores por una mampara de cristal y por una red protectora para que no hubiese problemas entre las aficiones. A continuación, cogí mi cámara y comencé a sacar fotos y más fotos del estadio, que a esa hora estaba todavía prácticamente vacío. Primero hice una vista general de San Siro, y luego, una a cada grada: la de enfrente era la azul, donde ya había algunos tifosi milanistas colocando sus pancartas; la de nuestra derecha era la de los asientos rojos, en la que también se ubica el palco de autoridades; y a nuestra izquierda teníamos la naranja, que solamente tiene dos anillos y a través de la cual podíamos ver la ciudad de Milán iluminada. Seguidamente, le hice varias fotos a los dos enormes videomarcadores que cuelgan del techo, que por cierto cubre todas las gradas, y también al terreno de juego, que presentaba un aspecto impecable, y es que el césped lo cambian tres o cuatro veces cada temporada.
Ahora tocaba nuestro turno para fotografiarnos. Primero le hice una a los cuatro, y después le dejé la cámara a un malaguista que pasaba por allí para que nos sacara una a los cinco juntos. Luego, fui fotografiándoles individualmente: a Nacho con la bufanda que se acababa de comprar, a Alberto con la del Málaga, a mi hermana, ella a mí, yo a ella con una de las fotos de mi padre, ella de nuevo a mí solo con otra foto de mi padre y luego también con mis dos primos, y ya por último Marta nos hizo una a los cuatro primos con una de las fotos de mi padre. Nuestra grada se iba llenando cada vez de más y más aficionados, y, con tanto barullo, nos dimos cuenta de que en el pasillo situado detrás de nuestros asientos había una bufanda oficial del partido que se le debió caer a alguien, pero esa persona no vino a buscarla, así que me la quedé; mientras tanto en el terreno de juego, unos operarios del estadio empezaron a colocar en el círculo central la lona que simula el balón de la Champions League, al cual también le hice una foto.
Poco antes de las ocho, saltó a calentar al césped Caballero con Xabi Mancisidor, el preparador de porteros, lo cual hizo que la afición entonase su cántico "¡Caballero, Caballero, Caballero, Willy Caballero!". Minutos después salieron los demás jugadores del Málaga, así como los del Milan y el quinteto arbitral encabezado por Howard Webb, sí, ese nefasto árbitro inglés que tan mal pitó la final España-Holanda del Mundial de Sudáfrica. Viendo los que estaban entrenando, pudimos deducir la alineación con la que saldría el Málaga (Caballero, Jesús Gámez, Demichelis, Weligton, Sergio Sánchez, Camacho, Iturra, Eliseu, Isco, Joaquín y Saviola), así como que jugaríamos con pantalones azules, toda una novedad en lo que llevábamos de temporada. Por su parte, el Milan presentaba un once muy ofensivo con jugadores como Bojan, Pato, Emanuelson o El Shaarawy, mientras que otros como Boateng y Robinho esperarían en el banquillo. Conforme se acercaba la hora del partido, más y más aficionados fueron llegando al estadio, aunque al final apenas hubo media entrada, bastante menos de lo que me esperaba, y es que había muchos claros; por nuestra parte, fuimos unos 2.500 aficionados los que finalmente acudimos al estadio para presenciar uno de los encuentros más importantes de la historia del Málaga.
Sobre las ocho y media, con los equipos ya preparándose en los vestuarios, se empezaron a recitar por megafonía las alineaciones al tiempo que también se mostraban a través de los videomarcadores. La del Milan fue espectacular, ya que se anunciaba el nombre y seguidamente todo el estadio gritaba al unísono el apellido del futbolista en cuestión. Como era de esperar, las dos aficiones pitaron las alineaciones del equipo contrario, y por consiguiente comenzaron a intercambiarse cánticos e insultos del tipo "¡Milan, Milan, vaffanculo!", que poca traducción necesita. A pesar de que el campo no estaba lleno, imponía bastante, sobre todo la grada en la que se sientan los ultras del Milan, ondeando decenas de banderas y con varias pancartas en las vallas. Por fin, a las nueve menos veinte, los dos equipos saltaron al terreno de juego, y, tras situarse debidamente sobre el césped, comenzó a sonar el himno de la Champions League mientras varios jóvenes ondeaban la lona del centro del campo. Los vellos se me pusieron de punta, ya que el sonido era atronador, y es que se escuchaba mucho más fuerte que en La Rosaleda.
Justo a las nueve menos cuarto se puso en marcha el partido. Los primeros diez minutos estuvieron bastante igualados, pero a partir de entonces el Milan se acercó con bastante peligro al área malaguista; de hecho, Caballero se vio obligado a lucirse con dos auténticos paradones, primero ante un zurdazo de Bojan y luego para desviar con la yema de los dedos una falta directa lanzada por Emanuelson que se colaba por la escuadra. La cosa no pintaba bien, y encima el árbitro tampoco colaboraba porque era muy permisivo con los jugadores del Milan al no pitarles varias faltas de manual. El éxtasis llegó en el minuto 39 cuando Isco recibió cerca de la frontal del área para mandarle un pase al hueco a Eliseu, que batió a Abbiati con un disparo cruzado y pegado al segundo palo (0-1). Los aficionados malagusitas enloquecimos con el gol, que para más inri fue en nuestra portería, y al mismo tiempo enmudeció San Siro, que veía cómo un debutante en la competición como el Málaga se ponía por delante en el estadio de un equipo que ha sido siete veces campeón de Europa. Yo grité como nunca, y es que casi no me podía creer lo que estaba viviendo, ni yo ni nadie de los que estábamos allí.
El primer tiempo duró cinco minutos más, y, tras los quince del descanso, dio comienzo la segunda parte. Todo hacía indicar que el Málaga tendría que aguantar los arreones del conjunto rossonero, que no se podía permitir perder el partido porque si no tendría más complicado poder clasificarse para la siguiente ronda. El Milan se hizo con la posesión desde el comienzo y se acercó varias veces al área malaguista, pero inicialmente no tradujo ese dominio en ocasiones realmente claras. Todo parecía relativamente controlado por parte del Málaga; sin embargo, el árbitro empezó a tomar decisiones muy discutibles en nuestro perjuicio y el Milan empujaba cada vez más. Fue en el minuto 72 cuando llegó el empate que resultaría definitivo tras un centro de Emanuelson al segundo palo que cabeceó Pato al fondo de las mallas (1-1); por cierto, que éste era el primer gol que encajaba el Málaga en la Champions después de dos partidos de la eliminatoria previa y otros tres de la fase de grupos. Los jugadores blanquiazules dispusieron de alguna que otra acción de peligro, aunque el último cuarto de hora fue un poco agobiante, más que nada por el rival que teníamos enfrente y porque jugábamos fuera de casa.

22:35
Finalmente, el partido acabó con un justo empate a uno que le daba al Málaga el pase matemático a octavos de final de la Champions League y un primer puesto virtualmente asegurado, por lo que el sueño europeo se prolongaría por al menos dos partidos más. Los jugadores saludaron desde el centro del campo a una afición que seguía celebrando el éxito conseguido, todo un hito en la historia del fútbol malagueño. Por la megafonía se avisó minutos antes del término del encuentro que la afición visitante debía permanecer en la grada a la espera de ser escoltados al exterior del estadio, tal y como me imaginaba. El problema era que nosotros queríamos volver al aeropuerto en el último autobús de la noche, que saldría a las doce y media de la madrugada, y antes nos teníamos que pasar por el hotel para recoger el equipaje, así que le dije a mi hermana, a mis primos, a Marta y a Jaime, que se acababa de reunir con nosotros, que deberíamos acercarnos lo más posible a la torre de la esquina del estadio para ser de los primeros en salir. Esta vez me hicieron caso prácticamente de inmediato, y, tras recoger todo, nos dirigimos a esa zona.
Mientras esperábamos de pie en las escaleras del graderío, le hice unas cuantas fotos al interior de San Siro, que ya estaba totalmente vacío salvo por unos cuantos operarios que estaban trabajando por los alrededores de los banquillos, hasta que, sobre las once, los vigilantes de seguridad de nuestra grada dieron vía libre para salir de ella de forma ordenada. Ahora teníamos que bajar por la interminable rampa de la torre, aunque cuesta abajo se hizo bastante más corto que cuando tuvimos que subirla al llegar al estadio. Cuando llegamos al nivel de la calle, nos esperaban otros vigilantes y también policías que nos llevaron agrupados y por un camino vallado hasta un aparcamiento cercano al Giuseppe Meazza que estaba repleto de autobuses. Primero dejaron pasar a los aficionados que tenían asignado un autobús en concreto, y luego al resto, que nos fuimos montando en los demás autobuses. Nosotros nos dirigimos a uno de los que estaban más cerca de la salida, pero paradójicamente no fue de los primeros en salir, y eso que apenas tardó en llenarse; mientras se decidía a ponerse o no en marcha, le hice unas últimas fotos a San Siro, que todavía se mantenía iluminado.
Por fin, el chófer del autobús arrancó para coger por la Via Achille, Piazzale dello Sport, Viale Caprilli y Piazzale Lorenzo Lotto, donde se bajaron los aficionados de todos los autobuses, lo que se acumulara mucha gente en muy poco espacio. La verdad es que la policía italiana no estuvo muy acertada en este aspecto, aunque sí que atinaron a la hora de reservar varios trenes de metro solamente para nosotros desde la parada de Lotto Fiera. Nos montamos allí y el tren únicamente paró en Cadorna y luego en la del Duomo, donde nos bajamos para hacer trasbordo con la línea amarilla, que nos dejó definitivamente en la parada correspondiente a la Stazione Centrale pasada ya la medianoche; precisamente durante el trayecto en metro, recibí una llamada de mi madre para preguntarnos qué tal estábamos y si habíamos disfrutado con el partido. Salimos pitando de la estación porque íbamos con el tiempo muy justo, y andando a paso muy ligero nos dirigimos al hotel. Por el camino nos preguntábamos si nos habrían robado alguna de las maletas, pero no, cuando llegamos allí comprobamos que todo nuestro equipaje estaba en su sitio tal cual lo dejamos, por lo que las recogimos y nos despedimos del recepcionista.
De nuevo en la calle, tiramos por el camino más corto posible para llegar al autobús que nos llevaría al aeropuerto; así pues, cogimos por la Via Niccolò Copernico, por la Via Tonale y luego seguimos rectos por el túnel que pasa por debajo de las vías de tren hasta llegar por fin a la Piazza Luigi di Savoia poco antes de las doce y veinticinco de la noche. Encontramos nuestro autobús sin problemas, lo cual fue todo un alivio después de todas las prisas que nos habíamos dado para poder pillarlo a tiempo. Jaime no iba al aeropuerto de Malpensa como nosotros, pues su vuelo saldría de Bérgamo, por lo que nos despedimos de él; seguidamente, metimos todo el equipaje en el maletero y luego sacamos los billetes de ida y vuelta que compramos el día anterior para mostrárselos al conductor. Apenas un minuto después de sentarnos, concretamente a las doce y media, el autobús se puso en marcha rumbo al aeropuerto.
Estábamos muy cansados después de todo un día de un lado para otro, que si andando, que si cogiendo el metro, que si viendo el esperado partido, que si las prisas... Normal que tanto mi hermana como mis primos y Marta decidieran echarse un sueñecito durante el trayecto hasta Malpensa; sin embargo, yo, que también estaba reventado, aguanté despierto como buenamente pude no fuera a ser que nos quedásemos dormidos y que se nos pasara la parada de la Terminal 2, puesto que la siguiente y última era la de la Terminal 1, que está bastante lejos y poco comunicada con la otra. Lo dicho, me las apañé como pude para no dormirme hasta la una y cuarto, hora a la que llegó el autobús al aeropuerto, donde nos bajamos somnolientos y con una larga noche por delante.

domingo, 23 de junio de 2013

Extraordinaria Esperanza Coronada

En la tarde-noche de ayer, Málaga salió a la calle para ver a María Santísima de la Esperanza Coronada en la procesión extraordinaria con motivo del XXV aniversario de su Coronación Canónica. Miles de malagueños revivieron aquel día del 18 de junio de 1988, mientras que otros como el que os escribe bien se pudieron hacer una idea de lo que sucedió y significó para la ciudad.
Muchos actos han tenido lugar en las últimas semanas, pero el día era el de ayer. A las siete de la tarde, se celebró una misa previa en la Iglesia de Santo Domingo, desde donde partió todo el cortejo al tiempo que se lanzaban cohetes desde la casa hermandad para anunciar la inminente salida de la Reina de Málaga. En cabeza de procesión, tras la cruz guía, fue la Banda de Cornetas y Tambores del Paso y la Esperanza, seguida por los dos guiones de la cofradía, así como los de las que también tienen a su titular mariana coronada; luego, hermanos portando cirios, los hermanos mayores de las cofradías agrupadas y por último todo el cuerpo de acólitos junto con la basílica. Pasadas las ocho y media, con más de treinta minutos de retraso según lo previsto, salió a la calle bajo los últimos rayos de sol el trono de María Santísima de la Esperanza Coronada a los sones de su 'Himno de Coronación', interpretado por la Banda de Música de la Esperanza. No cabía un alfiler en los aledaños de la casa hermandad, y tampoco en el resto del recorrido, y es que incluso me atrevería a decir que había más gente que cualquier madrugada de Jueves Santo, que ya es decir.
La Esperanza cruzó su puente sobre una alfombra de romero para desembocar en calle Prim, donde recibió la primera de las muchas y abundantes petaladas que se vertieron sobre ella durante toda la noche. Poco después, se realizó la primera estación frente al convento de las Hermanas de la Cruz, quienes cantaron un motete dedicado a la Virgen. El cortejo continuó su camino por el Pasillo de Santa Isabel, Cisneros y Especerías antes de entrar en la Plaza de la Constitución con una espectacular curva con 'Pasan los campanilleros'. El trono se situó en el mismo punto donde 25 años antes fue coronada por el nuncio Mario Tagliaferri, junto al Pasaje de Chinitas, para llevar a cabo la segunda estación, en la que, tras cantar el 'Salve Madre', se leyó un texto que repasaba los momentos clave anteriores a la coronación y también los de aquel día de 1988, para terminar con el canto del 'Aleluya' a cargo de una coral. Ya en calle Marques de Larios, la Esperanza fue recibida por una panda de verdiales que, además de dedicarle varios bailes, quiso regalarle una penca de biznagas. Todo un guiño malagueño a la Reina de Málaga.
La procesión siguió por calle Strachan, punto en el que hubo un cambio de turno entre los portadores, siendo los nuevos los que llevaron la catedral andante de la Esperanza hasta la Plaza del Obispo, a los pies de la fachada principal de la Catedral, donde se celebró la tercera y última estación de la noche muy cerca ya de la una de la madrugada, es decir, casi dos horas después de lo que se había previsto. Allí, el rector de la basílica hizo la Lectura de la Palabra, tras lo cual se rezó el credo con motivo del Año de la Fe y se cantó la 'Salve a la Virgen de la Esperanza'. Al término de este acto, los representantes de las demás hermandades abandonaron el cortejo, que emprendió el camino de regreso por el mismo itinerario de cada Jueves Santo desde calle Calderería. La Virgen hizo la curva de Tejón y Rodríguez con Carretería también a los sones de 'Pasan los campanilleros', una escena que es ya todo un clásico de nuestra Semana Santa, y metros después del Bar Jamón le fue cantada una saeta desde un balcón engalanado para la ocasión, como también lo estaba la Tribuna de los Pobres, que obviamente no podía faltar a su cita.
El público se mantuvo fiel a la Virgen, que contó con una más que nutrida compañía durante las cerca de diez horas que duró la procesión extraordinaria. A las cinco y cuarto de la madrugada, María Santísima de la Esperanza llegó al entorno de su basílica, repleto de malagueños y visitantes de otras provincias que no se quisieron perder el encierro quince minutos más tarde, cuando la Virgen entró en el salón de tronos con la 'Marcha Real', y, ya dentro de la casa hermandad, fue mecida sin descanso mientras se interpretaba el 'Himno de Coronación de la Esperanza'.

miércoles, 19 de junio de 2013

La guerra de la tele

El pasado sábado por la mañana acudí con Miguel al Centro de Ciencia Principia para asistir a la última charla divulgativa de este curso, cuyo título era 'La guerra de la tele. Luces y sombras en la medición de las audiencias' y que fue impartida por Carlos Lamas Alonso, ex director adjunto de la AIMC (Asociación para la Investigación de los Medios de Comunicación).
Como de costumbre, llegamos con varios minutos de antelación a Principia, así que hicimos un poco de tiempo paseándonos entre los módulos de la Sala Tomás Hormigo antes de entrar en la Sala Faraday, donde tendría lugar la citada charla de Carlos Lamas, que fue presentado por uno de los responsables del centro para a continuación cederle la palabra. Desde el primer momento, Carlos recalcó que su exposición estaría centrada principalmente en la televisión por ser el medio más estudiado en el aspecto de las audiencias, aunque también se podría hablar de otros medios con bastante profundidad, casos de la radio, la prensa o ahora Internet.
La persona que presentó a Carlos comentó de él que es matemático, lo cual no me sorprendió, puesto que, tal y como se demostró con el paso de los minutos, el ponente dejó muy claro el importante papel que juegan las matemáticas en los medios, y es que con los datos que se obtienen de las encuestas, de las audiencias y demás mediciones es posible interpretar, valorar y predecir el comportamiento de las personas. En primer lugar, Carlos recalcó que los medios son importantes por dos factores básicos, como son el consumo y la economía. Basta decir con respecto al consumo que los españoles dedican unas siete horas y media a los medios de comunicación, sean del tipo que sean, mientras que con respecto a la economía la publicidad representa un 1% del PIB, y que también ésta se ha visto afectada por la crisis, pues casualmente desde 2007 ha sufrido un bajón considerable del orden del 55%. Luego continuó hablando acerca de las diversas actitudes que los medios presentan en función de los resultados de las audencias, y para ello se ayudó de varios chistes gráficos que las reflejaban a la perfección.
La siguiente parte de la charla fue un poco más aburrida, pues trataba acerca de la historia de la medición de las audiencias desde sus comienzos hasta la actualidad, desde los peoplemeters hasta los audímetros que hoy día se utilizan para registrar el estado del televisor, el canal que se está viendo y quién utiliza el mando a distancia. En España, el estudio se realiza con una muestra de 4.625 familias que representan un total de casi 12.000 individuos, pero esas familias no se eligen medio a dedo medio de forma aleatoria, pues se intenta que todas ellas abarquen todas las opciones posibles (personas de todas las edades, estratos sociales, de ambos sexos...). A continuación, Carlos mostró un interesantísimo gráfico en el que se mostraba qué actividad realizan los españoles cada hora del día: trabajar o estudiar, dormir, comer, tiempo libre, etc. El siguiente gráfico se correspondía con el porcentaje de personas que está viendo la televisión en cada momento, y casualmente la curva que describía era prácticamente idéntica que la del tiempo libre del gráfico anterior, lo cual demuestra que, tal y como decía Carlos, dedicamos nuestras horas a ver la tele en vez de a leer un libro. Por cierto, que a la forma de dicha curva se le conoce en el mundillo de las audiencias como de camello, pues tiene dos jorobas bien pronunciadas en la hora del almuerzo y en la de la cena.
Carlos siguió aportando datos acerca de las audiencias, en concreto la del tiempo que dedicamos cada día a ver la tele, que en el caso de los españoles es de 239 minutos, demasiado a mi parecer, aunque no tanto como los estadounidenses, que nos ganan con 293 minutos; por contra, países como Suecia son más equilibrados y solamente la ven unos 162 minutos de media al día. Después, Carlos pasó a analizar los programas más vistos en España en las últimas décadas, que en los últimos diez o doce años tiene un dominador absoluto, el fútbol, además de la primera edición de Gran Hermano; de hecho, sin ir más lejos, la emisión más vista en lo que llevamos de año ha sido la final de la Copa del Rey en TVE1, que literalmente se comió al resto de cadenas esa noche. En lo que a la evolución de la cuota de pantalla de las cadenas, Carlos presentó un estudio en el que se veía perfectamente que la televisión pública ha ido perdiendo poco a poco peso con la llegada y el asentamiento de las privadas, aunque también es cierto que solamente Telecinco (y ya sabemos con qué tipo de programas) ha conseguido arrebatarle el primer puesto en algunos de los últimos años. Por último, Carlos terminó exponiendo algunas críticas que surgen acerca de las audimetrías, que si sirven, que si no sirven, que si los datos no reflejan la realidad, etc., y también habló acerca de los nuevos métodos de medición que están surgiendo, sobre todo a raíz de la aparición de las redes sociales.
La charla terminó poco antes de las dos entre los aplausos de los asistentes, quienes hicieron algunas preguntas al ponente antes de que éste recibiera de manos del responsable de Principia el ya mítico regalo de un rodillo antigravitatorio en miniatura. Con esta charla se puso punto y final al ciclo de charlas divulgativas de los sábados de Principia, que lo retomará con la llegada del nuevo curso, y que seguro que tendrá variadas e interesantes charlas a las que acudir.

Nota: este post forma parte del Carnaval de Matemáticas, que en esta trigesimoquinta edición, también denominada 4.12310, está organizado por Rafael Miranda Molina a través de su blog Geometría dinámica.

martes, 11 de junio de 2013

Un año

Un año ha pasado ya, un largo y eterno año desde que una llamada lo cambió todo. Que te digan "Tu padre ya no está entre nosotros" no es que te cambie la vida, simplemente acaba con ella. Ese silencio que escuché después, que tu cuerpo se paralice por la incredulidad y el saber que ya no se puede hacer nada, porque por más inevitable que fuera no me lo quería creer. Nunca olvidaré ese momento en el que confirmé que ya te habías ido, al verte tumbado sin vida en la cama del hospital y corriendo hacia ti mientras me derrumbaba entre lágrimas rogando que todo fuese un sueño y que nada de eso estuviera sucediendo. No. El destino, Dios o lo que quiera que sea decidió que ya no había vuelta atrás, que tu final había llegado, eso sí, de una manera totalmente inmerecida, pues morir con 55 años no es justo, y con el sufrimiento de los últimos meses, menos todavía. ¿Por qué hay gente mala en el mundo que sigue viva, y tú, que no hiciste mal alguno, ya no estás?
Papá, te he echado de menos todo este año, y lo seguiré haciendo. Espero que lo sepas, estés donde estés, pero te prometo que no ha pasado un día que no me haya acordado de ti; es más, no ha pasado un día sin que te haya recordado por lo menos cinco o seis veces, sin que me haya imaginado tu cara con tu bigote o sin que uno de los primeros pensamientos de cada mañana hayas sido tú. Te he echado en falta todos los días; sin embargo, ha habido días y momentos en los que muy especialmente sentía que tú tenías que estar físicamente a mi lado. Apenas dos semanas después de tu marcha, jubilamos el que había sido tu último coche para comprarnos uno nuevo, seguramente el que tú hubieras elegido, en el que habrías escuchado y cantado canciones de Supertramp, Manolo García o Amaral, y el que tendrías que haber compartido conmigo, porque a principios de septiembre me contrataron para mi primer trabajo como profesor en el Colegio de La Asunción. Una enorme alegría que disfruto cada día y que me sirve para contrarrestar en parte tu pérdida, porque si tú has sido mi maestro, ahora soy yo el que enseña a decenas y decenas de alumnos. Casualmente en la entrevista de trabajo, les pedí que me dejaran ir de viaje a Milán para ver jugar al Málaga en San Siro en su primera participación en la Champions League, un partido en el que sí estuviste presente, pero yo quería que hubieras estado sentado a mi lado como todos los años que he compartido contigo en La Rosaleda. Tú más que nadie te merecías haber disfrutado en vivo y en directo nuestro periplo europeo, haber escuchado esa música celestial, haber vibrado con esas históricas victorias, haber celebrado tantos golazos y haber sufrido hasta ese último minuto en el que terminó nuestro sueño. Y cómo me iba a olvidar de otro hito del malaguismo que tú tuviste la suerte de vivir hace 30 años y del que ahora también puedo presumir yo: ganarle al Real Madrid.
Tenías que haber estado presente en esos momentos si realmente existiera justicia en este mundo. Si la hubiera, hoy te habría visto entrar a eso de las tres y media por la puerta de casa viniendo del trabajo con tu traje impoluto, habría almorzado contigo y te habría contado varias anécdotas de mi mañana en el colegio con mis alumnos, me habría reído con tus comentarios y tus 'tonterías', habríamos discutido acerca de si esa jugada fue o no fue realmente fuera de juego o de si el jeque va a vender todos los jugadores... En fin, un montón de cosas que tendríamos que seguir compartiendo, pero hay una que no faltaba cada día, una que ya no escucho de tu boca. Papá, echo mucho de menos que tú me llames "¡Chino!". Mamá me sigue llamando así muchas veces, incluso María, pero no es lo mismo. Si no lo dices tú, que con este apodo tan peculiar me bautizaste, no tiene sentido, como tampoco lo tiene todo lo que te pasó.
Lo que tú tuviste que pasar fue totalmente injusto, pero me hizo aprender muchas cosas. Por ejemplo, aprendí que las personas que padecen cáncer no pierden el pelo por la propia enfermedad, sino por el tratamiento que se les aplica. Ahí es cuando uno se da cuenta de lo difícil que es superar esa enfermedad, y qué fácil parecía al principio, en esos primeros meses, cuando todavía hacías vida normal a pesar de lo mal que nos lo pintaron: te fuiste con mamá a ver las procesiones de Semana Santa, te atreviste varias veces a sacar el coche por la empinada cuesta del garaje para que María saliera con sus amigas a pesar de que el oncólogo te aconsejó no cogerlo, cruzaste casi cada día a la playa para darte unos cuantos baños y me acompañaste a La Rosaleda para seguir animando al Málaga varios partidos. Ganamos las primeras batallas contra el cáncer, pero poco a poco empezamos a perder, y a perder, y a perder. Hasta ese 11 de junio de 2012, ese día que marcó un antes y un después en vida, esa llamada que me hizo comprender que habías hecho lo que habías podido y que me hizo ver que sí, que uno no se da cuenta de lo que quiere a una persona hasta que la pierde, porque yo creía que te quería mucho, pero ahora te quiero muchísimo más de lo que podía imaginar. Por eso, cualquier excusa me sirve para pasarme por tu nuevo hogar, en el columbario de la casa hermandad del Sepulcro, muy cerca de nuestra casa, porque te necesito junto a mí y porque no quiero estar lejos de ti.
Papá, solamente voy a pedirte una cosa, y voy a pecar de egoísta si me dejas. Estés donde estés, cuídame y haz que yo pueda vivir los años que tú no has podido disfrutar, porque, aunque desearía más que cualquier otra cosa en este mundo poder verte ahora, quiero ser partícipe de todos esos momentos y experiencias que tú te merecías haber vivido. Cuando llegue el momento de nuestro reencuentro, ten por seguro que te los narraré con todo detalle para que tú también formes parte de esos recuerdos, y que de esta forma podamos seguir compartiendo nuestra vida, que podamos seguir juntos, que pueda estar siempre contigo, hasta el final de los tiempos, hasta que ya no haya nada más. Papá, no me olvides, porque yo no me olvido de ti.

Te quiere,
Chino

domingo, 2 de junio de 2013

Viaje a Milán: día 1

Lunes, 5 de noviembre de 2012

5:15
Suena el despertador, pero yo, como si nada, y eso que en poco más de tres horas comenzaría un viaje que me llevaría a presenciar en vivo y en directo un partido del Málaga fuera de casa por primera vez desde hace ya por lo menos catorce años, cuando todavía competía en Segunda División B, pero éste no iba a ser un partido cualquiera ni ante un rival cualquiera, sino todo un envite de Champions League frente al histórico Milan. Toda una vida soñando con presenciar un encuentro de este calibre, y la única pena es que mi padre, mi mentor malaguista, no iba a acompañarme físicamente, sino solamente en espíritu, después de habernos dejado apenas unos meses antes.
Antes de continuar con el relato, qué menos que contar cómo se fraguó este viaje. El 28 de agosto, nada más certificar el pase a la fase de grupos de la Champions League tras eliminar en la previa al Panathinaikos, ya rondaba por mi cabeza la idea de ver al Málaga jugar contra alguno de los equipos más importantes de Europa en el estadio rival: Arsenal, Bayern de Munich, Oporto, Milan, Chelsea, Manchester United, etc. Yo tenía dos preferencias muy claras: el Arsenal y, sobre todo, el Milan, ya que por historia, estadio y facilidad para desplazarse era la mejor opción con diferencia. El sorteo tuvo lugar dos días después, y, desde que dio comienzo, no dejaba de suplicar que nos tocara el Milan. Y así fue: nuestros rivales serían el conjunto rossonero, el Zenit de San Petersburgo y el Anderlecht. Ahora lo que faltaba por conocer era la fecha del Milan-Málaga, para lo cual tuve que esperar unas horas más, cuando se publicó el calendario de toda la fase de grupos. El día D sería el martes 6 de noviembre a las 20:45 en San Siro.
Inmediatamente, mi hermana y yo nos pusimos a buscar vuelos para llegar el día anterior y regresar al siguiente, pero nos encontramos con que no había conexiones directas para esas fechas, así que la única posibilidad que nos quedaba era hacer escala en otro aeropuerto. La mejor opción que se nos presentaba era la de hacer una parada intermedia en Barcelona tanto a la ida como a la vuelta, ya que el horario de los vuelos era más o menos razonable (a excepción de uno que saldría a las 6:45) y el precio de los cuatro trayectos (dos con Ryanair y dos con Easyjet) en ese momento rondaba los 120 euros, pero no los compramos con la esperanza de que bajaran un poco con el paso de los días. Mi hermana, al igual que yo, estaba totalmente decidida a ir, aunque un poco temerosa por si casualmente fuese a tener algún examen parcial de la carrera en esas fechas, y mis dos primos, además de la novia del mayor de ellos, también se subieron al carro de primeras. Cada día, y casi a cada hora, me dediqué a comprobar cómo fluctuaban los precios de los vuelos, y resulta que subieron un poquito el fin de semana, así que decidí que me daba a lo sumo tres o cuatro días más de margen para comprarlos.
Total, en esto que llegó el martes 4. Esa mañana estuve hablando con uno de mis tíos, y, en cuanto supo del plan que tenía, no dudó en unirse también a la expedición. Por la tarde, consulté de nuevo el precio de los vuelos, y, a tenor de la evolución que habían seguido, deduje que los de Easyjet (Barcelona-Milán ida y vuelta) no se iban a abaratar, así que me puse al ordenador con mi hermana y los compramos. Al día siguiente le tocó el turno a los de Ryanair (Málaga-Barcelona ida y vuelta), pero la reserva de estos vuelos fue tan rocambolesca que hasta me tuve que desplazar al aeropuerto porque nuestros nombres no se guardaron correctamente. Afortunadamente, pude solucionar este problema en el mostrador de la compañía aérea, por lo que ya entonces pude decir con tranquilidad que en noviembre volvería a Milán. Casualidades de la vida, al día siguiente me levanté con la noticia de que por la tarde iba a tener una entrevista de trabajo para un colegio, y claro, como ya os conté en el correspondiente relato, les pedí que me dejaran hacer este viaje, y por suerte no me pusieron ninguna pega.
Ahora solamente faltaba buscar alojamiento en Milán para la noche del lunes, ya que la del martes no nos compensaba pagarla porque el vuelo del miércoles salía muy temprano. Teníamos dos hoteles de tres estrellas como opciones preferentes, muy cerca de la estación de trenes y a buen precio; finalmente, el lunes 10 nos decantamos por el que más nos convencía a todos e hicimos la reserva. Pasaron las semanas y, apenas unos días antes del viaje, me enteré de que mi tío iba a causar baja porque una de sus hijas tendría que ser operada precisamente el mismo día del partido. Así pues, seríamos mi hermana María, mi primo Alberto, mi primo Nacho, su novia Marta y yo los que emprenderíamos este viaje tan esperado. Y ahora sí, retomamos el relato del viaje.
El despertador sonó varias veces y yo lo apagué en cada una de dichas ocasiones; no es que me quedara dormido, pero es que en la cama se está muy bien, para qué engañarnos. Finalmente me levanté casi a las seis menos veinte, cuando mi madre entró en mi habitación para despertarme y decirme que ya iba siendo hora de ponerse en pie. Ahora, la rutina de cada día: visita al baño, luego a la cocina para descongelar y luego tostar el mollete de todas las mañanas para tomarlo con aceite y el vaso de leche con Nesquik. Mientras desayunaba, puse a calentar el horno para que se hicieran las malagueñas que mi hermana y yo nos prepararíamos a continuación, ella de queso y yo de salchichón, con vistas a almorzar durante el viaje, ya que dicha hora nos pillaría en pleno vuelo y ya sabemos que comer en los aeropuertos no es especialmente barato. Tras ello, regresé a mi habitación para vestirme y terminar de hacer la maleta, porque básicamente lo único que me quedaba por meter era el pijama, las babuchas y la caja de las gafas. Aun así, revisé varias veces que no se me olvidara nada importante, empezando por los billetes de embarque y la reserva del hotel, y terminando por las fotos de mi padre que mi madre había imprimido a gran tamaño, ya sabréis luego para qué. Apenas me costó cerrar la maleta, ya que apenas llevaba ropa, y estaría casi vacía de no ser por la mochila de la cámara de fotos, que en Ryanair no dejan entrar con más de un bulto como equipaje de mano.
Una vez todo listo, y tras la enésima revisión de que no olvidábamos nada de nada, bajamos los tres a la calle a eso de las seis y veinte, hora a la que habíamos quedado con mi tío Nacho para que nos recogiera y nos llevara al aeropuerto. De camino allí, le pregunté a mi tío si mis dos primos estaban nerviosos, ya que para ellos era la primera vez que iban a viajar al extranjero, y la verdad es que ese momento siempre se recuerda. No tardé mucho en comprobarlo, ya que a esas horas no había mucho tráfico, y en pocos minutos llegamos a la zona de bajada de pasajeros, donde nos estaban esperando mis primos Alberto y Nacho, su novia Marta y mi tía Charo. Cogimos el equipaje del maletero y nos dirigimos a la Terminal 3 en busca del control de seguridad, en la que apenas había cola. Tras entregarle a cada uno su hoja de embarque, nos despedimos de mi madre y de mis tíos, quienes nos desearon un buen viaje y, obviamente, que ganara el Málaga. Total, que nos incorporamos a la cola, y yo mientras tanto me fui quitando el cinturón, los zapatos, el reloj y cualquier otra cosa que pudiera provocar que pitara el arco de seguridad cuando pasara por debajo de él, pero a pesar de todo pitó, así que tuve que dar media vuelta e intentarlo de nuevo, pero nada, otra vez el pitidito. Tocaba cacheo en profundidad por parte de uno de los vigilantes para que se cercioraran de que realmente no portaba nada peligroso.
En fin, tras este pequeño paréntesis, tocaba volver a vestirse (estaba descalzo y sin cinturón...). Ya eran las siete y diez de la mañana, y hasta las ocho y media no estaba previsto el despegue del vuelo, pero de todas formas nos dirigimos a la puerta de embarque de nuestro avión, que se anunció por los paneles al poco de llegar nosotros allí. Cogimos sitio en uno de los bancos que había libres y charlamos un poco para echar el rato; por ejemplo, me acuerdo de que yo estuve hablando con Marta acerca de algunos profesores del colegio en el que trabajo, ya que ella estudió allí. También aproveché para sacar la cámara y hacerle una foto a mi primo Alberto presumiendo de colores blanquiazules, aunque él en realidad es más madridista que malaguista, por mucho que diga lo contrario. A los pocos minutos, y casi sin darnos cuenta, varios pasajeros dejaron sus maletas haciendo cola a pesar de que nosotros estábamos allí esperando desde hace un rato, por lo que hicimos lo mismo para que no se colara nadie más.
A las ocho creo recordar, llegaron una azafata y un azafato de Ryanair para comenzar a embarcar. Como siempre, los primeros en pasar fueron los pasajeros con Boarding Priority, y luego el resto. Ya sabemos que esta compañía solamente deja entrar con un bulto al avión, así que intenté ocultar la mochila de la cámara bajo mi chaquetón a ver si colaba, pero no, cuando me pidieron la hoja de embarque me pidieron que la guardara en la maleta, y eso hice; no obstante, duro poco allí, ya que una vez dentro del túnel que conectaba con el avión abrí de nuevo la maleta para sacarla. Ahora el objetivo era conseguir asientos junto a las salidas de emergencia, que son los más amplios y, por consiguiente, los más cómodos, pero nos quedamos con las ganas porque de cada uno de ellos colgaba un cartel que decía que no se podían ocupar. Le pedí al azafato que estaba allí que tanto yo como mis primos somos bastante altos y que no cabemos bien en los demás asientos, pero sirvió de poco el intento, así que nada, me tuve que aguantar y encajonarme en otro sitio; por lo menos el vuelo no iba a ser muy largo, y además me senté junto al pasillo para tener algo más de espacio.

8:30
Con puntualidad inglesa, el avión comenzó a moverse a la hora prevista. Búsqueda de pista, acelerón y despegue hacia Barcelona. Se podría decir que nuestro viaje comenzaba oficialmente en ese preciso instante. Nos sentamos en la parte derecha del avión (mi primo Alberto, mi hermana y yo en una fila, y Nacho y Marta detrás) porque quería ver el amanecer desde las alturas, que claro está no es algo que se haga todos los días. Con suerte, este espectáculo de la naturaleza comenzó cuando ya estábamos volando, pero no pude hacer ninguna foto porque, como he dicho antes, mi asiento era de pasillo, y además me obligaron a guardar la mochila de la cámara en el compartimento superior.
El viaje transcurrió sin problemas. Las azafatas y azafatos de Ryanair comenzaron su rutina de todo vuelo, es decir, ofrecer la revista de la compañía (yo la cogí para echarle un vistazo y leer algo, pero no me atraía ningún artículo) y la carta para el que quisiera pedirse algo para desayunar; ninguno de nosotros lo hizo, más que nada por los prohibitivos precios que tenían. Lo mejor del vuelo fue que, ya no recuerdo cómo, hablando con mi primo Alberto descubrimos que uno de mis alumnos de Ciclos Formativos es amigo suyo, que por cierto pertenece al Frente Bokerón, una de las peñas más importantes del Málaga. Estuvimos hablando un buen rato de este alumno, acerca de qué le conocía y demás.
Total, que con esta animada e inesperada conversación el vuelo se hizo mucho más corto. Lo que tampoco podía faltar era el otro carrusel de productos que ofrecen las azafatas: que si cigarrillos que no echan humo, que si billetes de autobús para ir al centro de Barcelona, que si rasca y gana... Mis primos, que era la primera que volaban con Ryanair, no daban crédito. A todo esto, Barcelona ya se divisaba por las ventanillas del avión. Desde mi sitio conseguí identificar la Sagrada Familia, las Ramblas, Montjuic, el Tibidabo, la Torre Agbar, el Hotel W (el que tiene forma de vela), etc. A las diez de la mañana, quince minutos antes de la hora prevista, el avión aterrizó en el aeropuerto de Barcelona-El Prat, y, cómo no, cuando el avión se detuvo sonó por la megafonía la música corporativa de la compañía con ese ya famoso toque de trompeta que provoca que todo el pasaje aplauda.
Ya había ganas de ponerse de pie, aunque ya digo que el vuelo no se me hizo muy largo. Cogimos las maletas y los chaquetones y bajamos por las escaleras que adosaron al avión; ya en la pista, saqué mi cámara para hacerle una fotos a mis compañeros de viaje, pero nos llamaron la atención y nos dijeron que nos montásemos en los autobuses que estaban allí esperando y que nos trasladarían hasta la Terminal 2 del aeropuerto. En cuanto entramos en ella, llegaron a mi memoria los recuerdos del primer viaje que hice por mi cuenta con amigos, a Barcelona precisamente, y la verdad es que muy pocas cosas habían cambiado. Tan poco que hasta pasé por delante de esas escaleras que tanto yo como mis amigos Jose y Miguel tuvimos que subir corriendo porque pensábamos que nuestro avión ya estaba terminando de embarcar, aunque por suerte fue solamente una falsa alarma, y me acordé de ese momento como si lo estuviera viviendo en ese preciso instante.
Pues nada, ya estábamos en Barcelona, con algo más de tres horas por delante de espera para coger el avión hacia Milán. Lo primero que hizo mi primo Alberto fue encender el móvil y tuitear algo así como "Ya estamos en España. Bueno no, en Barcelona". Ya os digo que él es muy madridista, más que malaguista a pesar de que no lo quiere reconocer; tampoco se olvidó de mencionar a mi alumno de Ciclos Formativos, al que reveló que yo era su primo para su sorpresa, tal y como me dijo al volver al trabajo tras el viaje. Nos hicimos una fotos en la terminal con nuestras bufandas blanquiazules para dejar bien claro qué colores defendíamos, y no éramos los únicos, puesto que en nuestro avión estábamos acompañados por varios seguidores del Málaga, y en el aeropuerto encontramos algunos más. Entre tanto, mi hermana llamó a mi madre para decirle que ya habíamos llegado a Barcelona, y mis primos hicieron lo propio con sus padres.
Nos acercamos a un Caffé di Fiore para que mis compañeros de viaje desayunaran algo, aunque al ver los precios se lo pensaron dos veces. No cabe duda de que comer en un aeropuerto es un timo, así que compraron solamente un par de cosillas y nos sentamos allí a descansar un rato. Tal y como teníamos previsto, aprovechamos el tiempo y buscamos el autobús gratuito que va de la Terminal 2 a la 1 para resolver algunas cuestiones, ya que las dos terminales están separadas por carreteras y, por lo tanto, no se puede ir a pie. Salimos al exterior en busca de la parada del autobús, aunque antes cruzamos a un estanco que había en el aparcamiento para que Marta comprase tabaco. Muchos autobuses había por allí, entre ellos el aerobús que te lleva al centro de Barcelona, pero el que nosotros necesitábamos se cogía a la altura de la Terminal 2A. El conductor esperó unos minutos a que se llenase y emprendió la marcha, bastante más larga de lo que nos imaginábamos, pues, sin exagerar demasiado, tardamos cerca de un cuarto de hora en llegar a la Terminal 1: que si una rotonda, que si otra, que si ahora sale a la autovía, que si se desvía, que si una rampa, que si otra...
Total, que por fin llegamos a la otra punta del aeropuerto, e inmediatamente nos dirigimos a un puesto de información para preguntar un par de cosas: dónde se encontraba la consigna para poder dejar las maletas en el aeropuerto el miércoles cuando volviésemos de Milán y si había algún McDonald's para comer. Los interesados por esta pregunta eran básicamente mis primos, y qué sorpresa para ellos cuando le dijeron que sí, que había uno, pero en esa misma terminal una vez pasado el control de equipaje, así que se iban a tener que buscar la vida de otra forma para almorzar luego. Pues nada, una vez resueltas las dudas, regresamos a la parada en la que nos habíamos bajado para volver a nuestra terminal. Cuando llegó el autobús, el chófer nos dijo que esa parada era solamente de bajada, pero de todas formas nos dejó subir, y menos mal, porque hacía bastante fresquete. El camino de vuelta se nos hizo un poco más corto, y eso que el trayecto era casi idéntico, aunque esta vez nos bajamos en la Terminal 2C, puesto que desde ella saldría nuestro avión a Milán. En esta terminal, al igual que cuando llegamos a Barcelona, nos encontramos a varios aficionados malaguistas, que cada vez iban teniendo más presencia en el aeropuerto.
Ya eran las doce del mediodía y, como no teníamos nada mejor que hacer, nos dirigimos al control de seguridad no sin antes entregar a cada uno su correspondiente hoja de embarque para poder presentarla en dicho control. Llegado el momento de pasar por debajo del arco de seguridad, de nuevo me quité todo aquello que fuera susceptible de provocar que éste pitara, y esta vez sí que me libré del innecesario cacheo, así que sin problemas. De allí pasamos directamente a la zona de embarque, donde había una cafetería en la que cogimos asiento para tomar algo. Mis primos hicieron cola para comprarse una botella de zumo y algo más que no recuerdo, y yo una botella de agua para compartirla con mi hermana, pero el precio era un tanto abusivo, por lo que me acerqué a una máquina expendedora que vi en el otro extremo de la sala para ver si me compensaba ir hasta allí, y tanto, porque, aunque también estaba cara, costaba cerca de medio euro menos que en la citada cafetería.
Luego fuimos a sentarnos cerca de la puerta de embarque que deducíamos sería la de nuestro vuelo para que, en cuanto se anunciase en los paneles, nos pusiéramos de los primeros en la cola. Estando allí sentados esperando, se nos acercó una mujer con acento argentino de una agencia de viajes para ofrecernos un viaje a Turquía para dos personas con unas condiciones la verdad que muy interesantes (elección de cualquier fecha en un período de dos años, un guía español durante todo el viaje, ocho días de alojamiento gratuito, traslados incluidos...) con solamente facilitar el número de teléfono y un par de datos más para entrar en el sorteo. Yo me ofrecí a darle mi número, aunque en realidad no es que estuviera muy confiado; en cualquier caso, a la semana siguiente, ya de vuelta en Málaga, me llamaron para informarme de que había sido agraciado, pero rechacé el regalo (les metí una trola) porque no las tenía todas conmigo.
Al cabo de un rato, los paneles informaron de cuál era la puerta de embarque del vuelo Easyjet a Milán Malpensa, pero los demás fueron más raudos que nosotros, que nos tuvimos que conformar con situarnos más o menos en la mitad de la cola. Estando allí de pie a la espera de que llegasen las azafatas, mi primo Alberto se dedicó a escuchar cómo hablaban en italiano los pasajeros que teníamos a nuestro alrededor. Estaba alucinado con el característico acento de este idioma y no tardó en preguntarnos a mí y a mi hermana cómo se decían algunas palabras para imitarles, y no lo hizo del todo mal para ser el primer intento. En esto, por la puerta de embarque comenzaron a salir los pasajeros del avión en el que nos montaríamos nosotros y que precisamente procedían de Milán, por lo que en cuanto salió el último comenzó a avanzar la cola. Para ahorrarme el que me llamaran la atención por llevar dos bultos, guardé la cámara en la maleta, aunque una vez superado el trámite de comprobar la identificación por parte de la azafata la saqué de nuevo para poder hacer fotos durante el vuelo.

13:30
Accedimos al avión caminando por la pista y, tal y como me esperaba, los asientos junto a las salidas de emergencia ya estaban ocupados; al menos, me pude sentar en el lado izquierdo como pretendía, puesto que desde ese lado las vistas serían mejores como luego comprobaréis. Yo me senté junto a la ventana con Alberto, mientras que en la fila de delante iban mi hermana, Nacho y Marta. Oculté la mochila de la cámara bajo mi asiento para que las azafatas no pudieran verlo durante la comprobación que llevan a cabo minutos antes de que el avión se ponga en marcha, y por suerte logré mi objetivo. Pues lo dicho, el avión se puso a buscar pista justamente a la hora prevista, a las 13:50, para despegar rumbo al aeropuerto de Milán Malpensa.
A los pocos minutos de comenzar el vuelo, cogí el bocadillo que me había preparado por la mañana en mi casa y que saqué previamente en la cola de embarque para almorzar, que ya tenía algo de hambre. Le ofrecí un poco a mi primo Alberto, pero se negó; sin embargo, poco después el pasajero que iba a su derecha se pidió un menú, bastante caro por cierto, consistente en un bocadillo de jamón y queso y una pequeña bolsa de patatas fritas, así que terminó cayendo en la tentación y, a poco de llegar a Milán, no tuvo más remedio que imitar a su acompañante, que por cierto también era del Málaga, como demostraban su bufanda, su camiseta y su entrada para el partido.
Entre tanto, el vuelo discurrió sin problemas, con unas geniales vistas a través de mi ventanilla con todo el mar bajo mis pies. Poco a poco, nos fuimos acercando a las costas de Francia, y a eso de las tres menos diez ya se empezaba a distinguir núcleos de población, carreteras, playas, etc. En primer lugar, pasamos por encima del puerto de Tolón, y unos minutos después por los aeropuertos de Cannes y Niza, este último por cierto justo en la orilla del mar, tal y como recordaba de cuando fui a Milán para visitar a mi amiga Leti unos años antes. Lo siguiente que logré avistar, aunque con algo más de dificultad debido a la inclinación que tenía el avión en ese momento, fue el Principado de Mónaco, concretamente su puerto y su estadio de fútbol. El resto del viaje pudimos disfrutar de otro gran lujo de este vuelo, que no es otro que observar las montañas nevadas de los Alpes; siendo noviembre no había mucha nieve, pero aún así pude hacer unas cuantas fotos medianamente decentes. Al poco tiempo, por las ventanillas del lado derecho del avión se lograba divisar una gran ciudad, que debía ser Milán, ya que más o menos a esa altura comenzamos a descender para aterrizar sobre las tres y veinte en el aeropuerto de Malpensa, diez minutos antes de lo previsto.
Cogimos las maletas y bajamos por la escalera que conectaron al avión para llegar a la Terminal 2 a pie por la pista. Ya en la terminal, nuestro objetivo ahora era salir al exterior y buscar el autobús que nos trasladaría hasta la Stazione Centrale de Milán, y no pudimos tener más suerte porque fue salir y literalmente encontrarnos enfrente un bus de la empresa Malpensa Shuttle con el chófer vendiendo los billetes, así que metimos todo nuestro equipaje en el maletero y pagamos 16 euros cada uno por nuestro billete de ida y vuelta. Cogimos asiento al fondo del autobús, casi donde únicamente había hueco para estar los cinco juntos, y, tal y como me esperaba, no había mucho espacio entre cada fila para estar cómodamente sentado. A eso de las cuatro menos cuarto, nos pusimos en marcha y salimos en dirección a Milán en un trayecto que duraría unos cuarenta y cinco minutos. El camino me sonaba bastante de cuando vine a visitar a mi amiga Leti, sobre todo el principio del camino por la autovía con arboledas a ambos lados de la carretera.
El viaje se nos hizo un poco pesado porque ya llevábamos encima dos vuelos, además de que nos habíamos levantado bastante temprano, pero cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos entrando en la ciudad. La verdad es que los barrios periféricos de Milán, muy dejados, no tienen nada que ver con la zona céntrica, mucho más cuidada, lo cual al principio supuso una pequeña decepción para mis primos, que, siendo la primera vez que iban al extranjero y a una gran urbe, seguramente se esperaban otra cosa, aunque conforme nos íbamos adentrando más y más comenzaron a surgir algunos rascacielos y edificios más modernos. De repente, me di cuenta de que estábamos en la Via Tonale, la calle perpendicular a la de nuestro hotel y en la que se encuentra el Hotel Demò, la otra opción que habíamos contemplado para alojarnos en Milán. Al mismo tiempo, eso significaba que estábamos a escasos metros de la Stazione Centrale; en efecto, el autobús atravesó la estación por el túnel subterráneo y luego giró a la Piazza Luigi di Savoia, uno de los laterales de la estación, donde por fin terminó el trayecto sobre las cuatro y media de la tarde.
Nos bajamos del autobús para recoger nuestras maletas y salir en busca del hotel, que desde donde nos encontrábamos no tenía pérdida alguna. Nos dirigimos en primer lugar a la Piazza Duca D'Aosta, la cual tuvimos que bordear por completo al estar vallada, ya que estaba de obras; en cualquier caso, nos permitía contemplar la imponente fachada de la Stazione Centrale, que nunca dejará de impresionarme. A continuación, giramos a la derecha por la Via G. B. Sammartini, luego a la izquierda por la Via Tonale y por último de nuevo a la derecha por la Via Niccolò Copernico, donde por fin nos topamos con el Club Hotel. Subimos los escalones que había a la entrada y a mano izquierda encontramos la recepción, donde nos atendió un hombre de unos cuarenta años. Como mi hermana es la que mejor habla italiano de nosotros, fue ella la que se encargó de hacer las gestiones con él, pero la gracia estuvo en que, al poco de intercambiar unas palabras, el recepcionista comenzó a responder en español, y sin embargo mi hermana pareció no darse cuenta y continuó hablando en italiano hasta que le advertí que no era necesario. Informamos de que finalmente seríamos cinco huéspedes en vez de los seis que se indicaron en la reserva, pero esto no supuso ningún problema y nos mantuvieron las dos habitaciones triples que habíamos solicitado.
Una vez entregadas las llaves de ambas habitaciones, cogimos el ascensor para subir a la primera planta en dos turnos, ya que no cabíamos los cinco a la vez. Pues nada, mi hermana y yo nos fuimos a una habitación, y mis primos y Marta a la otra, aunque luego Alberto se mudaría finalmente a mi habitación. Estaban bastante bien: muy limpias, suelo de moqueta, unas camas muy cómodas, un baño completo... No se le podía pedir mucho más a un hotel de tres estrellas situado a escasos metros de la estación, y encima por el precio que nos saldría a cada uno, a 30 euros la noche. El resto del día lo íbamos a aprovechar para pasear un poco por Milán, pero, después de dos viajes en avión y uno en autobús, lo que más nos apetecía en ese momento era descansar y vaguear un rato en el hotel. Encendimos la tele a ver qué estaban echando y resulta que se podían ver varios canales españoles: TVE1, Antena 3, Tele5, etc. Mi primo Nacho en su habitación llegó a sintonizar un canal italiano en el que estaban poniendo Los Simpson, lo cual me chocó un poco porque el doblaje en este idioma no estaba muy conseguido, al menos bajo mi punto de vista.
Mientras descansábamos, mi hermana y yo nos pusimos a pensar qué hacer en lo que quedaba de día. Ella optaba por ir a Navigli porque cuando ella visitó Milán estando de Erasmus en Bolonia no llegó a ver esa zona, mientras que yo optaba por quedarnos solamente en el centro. Finalmente ganó ella, aunque después se arrepentiría de su decisión. Poco antes de las seis, más o menos una hora después de haber llegado al hotel, nos pusimos de nuevo en marcha, bien abrigados porque por la noche haría frío y con nuestras cámaras, la mía y la de Marta, dispuestos a hacer muchas fotos. Pues nada, dejamos las llaves de las habitaciones en la recepción y salimos a la calle en dirección a la Stazione Centrale para coger el metro. Si antes nos sorprendió la magnitud de la estación, más todavía ahora cuando accedimos al vestíbulo, de mármol blanco, con un techo altísimo y con grandes figuras ornamentales. Bajamos por las escaleras mecánicas en busca de las máquinas para comprarnos cada uno un billete de 24 horas por 4'50 euros, puesto que nos compensaba más que comprar billetes sueltos por las veces que íbamos a utilizar el metro, el autobús y el tranvía.
Para ir a Navigli nos montamos en la línea 2, la verde; en total, ocho paradas hasta bajarnos en la de Porta Genova F. S. sobre las seis y veinte de la tarde, aunque en realidad ya era casi noche cerrada. Lo difícil ahora era orientarse, pero me puse a recordar la vez que estuve por esta zona cuando vine a Milán hace unos años y en seguida me situé. Tiramos por la Via Vigevano para luego girar a la derecha por la Via Corsico y terminar en la Via Alzaia Naviglio Grande. Tal y como comenté anteriormente, mi hermana se llevó una gran decepción, puesto que el canal estaba prácticamente seco y además la iluminación era muy pobre, por lo que apenas les hice unas fotos a ellos para atestiguar que estuvimos allí y poco más. Deshicimos el camino por las mismas calles para volver a la estación de Porta Genova F. S., donde cogimos de nuevo la línea verde, pero esta vez nos bajamos en la parada de Cadorna para hacer transbordo con la línea 1, la roja, y bajarnos en la parada del Duomo justamente a las siete de la tarde.
Nunca me olvidaré de ese momento en el que subía por la boca de metro para salir al exterior y encontrarme de buenas a primeras a mi derecha el imponente Duomo de Milán. Ese instante, ese reencuentro con la catedral que me enamoró unos años atrás fue simple y llanamente asombroso. Su altura, su color, su iluminación, sus infinitos detalles, su majestuosidad, su simetría, su elegancia... Su todo. Nos dirigimos a la Piazza del Duomo para situarnos frente a la fachada principal de la catedral y no exagero cuando digo que me pasé tres o cuatro minutos mirándola cautivado antes de sacar mi cámara y hacerle fotos tanto al Duomo como a mi hermana, a Marta y a mis primos con éste de fondo; obviamente, después ellos me inmortalizaron con la catedral, como no podía ser menos.
Aprovechamos que estábamos allí en la plaza para hacernos también unas cuantas fotos bajo el arco de entrada de la Galleria Vittorio Emanuele II, que al igual que el Duomo también destaca por su tamaño y grandiosidad. Primero se las hice a mis compañeros de viaje, y luego fue mi primo Nacho el que cogió mi cámara para hacerme unas fotos con mi hermana, Alberto y Marta. Entramos en la Galleria y tanto mis primos como Marta alucinaron con lo que estaban viendo: gente muy bien vestida, tiendas de ropa y joyerías poco accesibles a los mortales, cafeterías en estas mismas tiendas, etc. Y qué decir de la bóveda acristalada, que le da todavía más caché y elegancia a esa particular vía milanesa. Cuando llegamos al crucero donde se encuentra la cúpula, fuimos en busca de uno de los elementos más peculiares de la galería: el toro que supuestamente da suerte si le pisas sus partes nobles con el talón del zapato, cosa que hicieron Marta y mi hermana. En esto, me llamó mi madre al móvil para preguntarnos dónde estábamos y qué íbamos a hacer.
Ya eran casi las siete y media, así que iba siendo hora de buscar un sitio para cenar, en primer lugar porque teníamos hambre, y segundo porque en Italia se cena más temprano que en España y nos teníamos que adaptar al horario sí o sí. Nos paseamos por la Piazza della Scala, con su famoso teatro; la via Santa Radegonda, donde localizamos un sitio llamado Luini que ya conocía mi hermana y donde almorzaríamos al día siguiente; el Corso Vittorio Emanuele II, que estaba adornado con banderolas de todos los países del mundo; etc. Todos los restaurantes que veíamos nos parecían un tanto caros, así que después de varios minutos de tanteo decidimos preguntar a un viandante para pedirle consejo acerca de algún donde poder cenar una pizza o un plato de pasta a un precio asequible, y nos dijo de un restaurante situado en una de las bocacalles de esa vía, pero no nos convenció del todo esa opción. Nos hallábamos ahora en Corso Europa sin saber todavía qué hacer, por lo que preguntamos a otra persona, esta vez a un hombre de unos cincuenta años, que no solamente nos dio una recomendación, sino que hasta nos llevó al sitio en cuestión, a apenas un minuto andando de donde nos encontrábamos. El restaurante se llamaba Brek y era una especie de buffet de pasta, pizza y ensalada principalmente, pero al entrar nos dimos cuenta de que el buffet no tenía un precio fijo por el que uno podía comer todo lo que quisiera, sino que ibas pagando en función de lo que ibas cogiendo, así que no salía tan rentable como inicialmente pensábamos.
Total, que llevábamos ya media hora dando vueltas sin un rumbo fijo y, lo peor de todo, sin saber dónde cenar. Yendo por el Corso Vittorio Emanuele II, a la altura de la Basilica di San Carlo al Corso, se nos ocurrió preguntar a un carabiniero, muy arreglado y elegante como buen italiano, por un restaurante que fuese barato, unos 8 o 10 euros por cabeza, y nos dijo que esta zona no era la más adecuada porque en pleno centro los precios están disparados, así que nos recomendó ir a Navigli, precisamente donde habíamos estado al comienzo de la tarde; en concreto, nos dijo que cogiéramos el tranvía 3 en la Via Torino esquina con la Piazza del Duomo y bajarnos en la parada Ticinese/24 Maggio. Pues nada, nos dirigimos a la Via Torino y nos pusimos en la cola a la espera de que llegara el tranvía, que por cierto nunca me había subido a ninguno. Es bien sabido que en Italia casi nadie paga su billete cuando coge el tranvía o el autobús, pero, como nosotros ya teníamos nuestro abono diario, validamos el billete en las máquinas correspondientes. Tal y como nos había indicado el policía, teníamos que contar cinco paradas para bajarnos donde él nos dijo, justo enfrente de la Porta Ticinese.
Ya eran más de las ocho y nos teníamos que decidir ya por un sitio u otro. Echamos un pequeño vistazo por el Viale Gabriele D'Annunzio y teníamos básicamente dos opciones: un restaurante de pasta y pizza o uno de paninis. Al final, nos decantamos por el primero, Pizzeria Caffè Viarenna, así que entramos y pedimos una mesa para cinco personas. Nos recibió el dueño del restaurante, un tipo ya mayor muy bonachón que nos atendió como nos conociera de toda la vida, e incluso chapurreó algo de español cuando le dijimos que veníamos de Málaga, aunque él conocía más Marbella. A la espera de que nos trajeran la carta, pedimos las bebidas: agua para mi hermana y para mí, y refrescos para mis primos y Marta creo recordar. Tras ejercer de traductores de italiano/español a mis primos y Marta, decidimos lo que íbamos a cenar. Cada uno se pidió un plato en concreto: macarrones carbonara en mi caso y otras pastas y pizzas los demás, aunque Nacho y Marta además se pidieron otro plato para compartir. La cantidad de pasta que traía cada plato, así como el tamaño de las pizzas, era más o menos lo que nos esperábamos, ni mucho ni poco, pero la verdad es que todo estaba bastante bueno. Parecía que después de tantas y tantas vueltas que habíamos dado para buscar un sitio para cenar habían merecido la pena, pero la sorpresa llegó cuando nos trajeron la cuenta: cada plato salía por 8-9 euros, pero las bebidas costaban 4 euros cada una y aparte 2 euros más por el cubierto. En resumen, un timo, puesto que casi había que pagar más por lo que no era comida que por lo que comimos. Lo más gracioso de todo es que cuando íbamos a salir del restaurante nos preguntaron qué nos había parecido y les soltamos una sonrisa diciendo que todo muy bien...

21:30
Para volver al centro teníamos dos opciones: tranvía o metro. Nos decantamos por la primera opción, ya que la misma línea que cogimos antes pasaba por enfrente del restaurante, mientras que la estación de metro más próxima se encontraba a unos diez minutos andando. El tranvía se hizo de rogar mientras nosotros soportábamos el frío como buenamente podíamos, pero finalmente llegó y nos dejó a la entrada de la Piazza del Duomo, en la que ya no había tanta gente como por la tarde. Antes no nos detuvimos mucho a observarla, así que aprovechamos ahora para contemplar con todo detalle la catedral de Milán, empezando por la Madonnina, la estatua de cobre dorado que representa a la Virgen María y que se erige en lo más alto del templo; no me había dado cuenta antes, pero resulta que la torre en la que se encuentra estaba totalmente rodeada por andamios, supongo que porque la estarían restaurando. Como dije anteriormente, si por algo destaca el Duomo es por los infinitos detalles que contiene, principalmente las pequeñas esculturas, todas diferentes por cierto, que rematan todos y cada uno de sus chapiteles, así como el bosque de pináculos que realza y estiliza el perfil gótico de la catedral.
Mientras la íbamos rodeando por completo, nos fijamos también en las gárgolas y las estatuas que adornan la fachada, pero si algo hay que destacar en ésta son sus enormes vidrieras, que a esa hora de la noche se nos mostraban iluminadas creando de esta forma auténticos mosaicos de colores. Mi intención ahora era seguir callejeando un poco más, pero mis compañeros de viaje estaban deseando volver ya al hotel, por lo que dimos por terminado el día en lo que a turismo se refería, no sin antes hacerles unas fotos más tanto con la catedral como con la Galleria Vittorio Emanuele II de fondo. Bajamos por una de las bocas de metro de la plaza para coger la línea 3, la amarilla, que tras cuatro paradas nos acabaría dejando poco antes de las once menos diez en la de la Stazione Centrale, cuyo vestíbulo nos volvió a impresionar ahora si cabe más que antes completamente iluminado, lo que generaba una sensación de mayor tamaño incluso.
Sobre las once ya estábamos en la recepción del hotel para pedir las llaves de nuestras habitaciones y preguntar por el horario del desayuno, que era de siete a diez de la mañana, así que acordamos bajar a partir de las nueve para descansar lo máximo posible y tener tiempo suficiente para desayunar en condiciones. Ya en mi habitación, ahora me tenía que poner de acuerdo con mi hermana y mi primo Alberto acerca del orden en el que nos ducharíamos por la mañana. A mí no me importaba ser el más tempranero en levantarse, por lo que me ofrecí para ducharme a las ocho para estar listo con tiempo como a mí me gusta. Ya con el pijama puesto, me lavé los dientes y programé unas cuantas alarmas en mi móvil, al igual que hicieron mis compañeros de habitación con los suyos. Y nada, a la cama, que por cierto era muy cómoda, tanto que no eché en falta la de mi casa, que ya es mucho decir.

Nota: si os habéis fijado, esta entrada se corresponde con el primer día de un viaje que tuvo lugar hace ya casi siete meses. La verdad es que a estas alturas ya debería haber publicado los posts correspondientes a los tres días que duró este viaje, pero sinceramente no he dispuesto de tiempo para sentarme y escribir con cierta continuidad. La excusa es de sobra conocida, que tengo trabajo y que trabajo mucho, así que mis disculpas por tanta tardanza espero que estén lo suficientemente justificadas. Bien podría haber escrito un relato mucho más corto y conciso, pero en ocasiones anteriores ya he recalcado que mis viajes los quiero recordar con todo lujo de detalles, todos aquellos que mi memoria y mis fotos me permiten. En cualquier caso, ya os digo que, salvo sorpresa y causas de fuerza mayor, las otras dos entradas serán publicadas antes del próximo 13 de julio, ya que ese día me voy de viaje con dos amigos a Glasgow y Edimburgo, y la lógica me dicta que no se debe empezar uno sin antes haber terminado el anterior. Lo dicho, perdón por tardar tanto, pero más vale tarde que nunca.